domingo, 9 de enero de 2011

Entrada 2. Los huecos de tu cerebro o el arte de gestionar el espacio


"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."

Jorge Luis Borges



En un programa a propósito de la memoria, proponía Eduard Punset un experimento curioso. Imaginemos que un desconocido llega a su casa, cargado con maletas y maletas llenas de fotografía de gente de todo el mundo. El invitado se sienta con usted en el cuarto de estar y le muestra las fotografías una tras otra, durante todo el día, de nueve de la mañana a nueve de la noche. La pregunta es tan sencilla, ¿cuántas de esas caras reconocerían al volver a ver la foto, o al ver a esa persona? Hagan sus apuestas, seguro que quedan tan asombrados como yo con la respuesta: más de 10.000 rostros. Así de contundente.

Una de las primeras preguntas que vienen a la cabeza ahora es, ¿dónde queda guardada esa información, incluyendo la ingente cantidad que recibimos cada día? De pequeño, yo imaginaba la memoria como una especia de arcón redondo dentro de nuestra cabeza, con una pequeña tapa que se abría descubriendo un oscuro profundo, de donde salía, por arte de magia, el recuerdo en cuestión. Pero, claro está, la realidad dista mucho de mi imaginación infantil. Podríamos pensar en almacenamiento de tipo digital, como el de nuestros ordenadores, en que grabar la información se basa, hablando groseramente en sí o no, en corriente que pasa o no pasa. Sin embargo, manejar así la información supondría para nuestro cerebro una importante perdida de precisión y profundidad. Nos limitaría a ser meros gestores de datos, lo cual es un poco inútil para la supervivencia. Por otro lado, podríamos pensar en otro sistema de almacenar información, uno más básico usado desde tiempos inmemoriales: la información impresa. Pero claro, solo con echar un vistazo a nuestra estantería de libros (y a lo largo de nuestra vida manejamos infinitamente más información que eso) nos damos cuenta de que necesitaríamos kilos y kilos de tejido cerebral para llevar encima todos esos datos. Y en términos de supervivencia, eso es casi menos conveniente que lo anterior.

Pues si necesitamos gestionar la información con todos los matices posibles y además hacerlo en el kilo y medio de sesos que tenemos, ¿cómo? La respuesta es la misma que uno obtiene al intentar ordenar la diminuta casa que la hipoteca le permite: en los huecos. En los millones y millones de microscópicas uniones que conectan todas nuestras neuronas, las sinapsis. El mecanismo es complejo, pero intentemos hacerlo fácil: la información llega hasta la zona de nuestro cerebro conocida como hipocampo en forma de impulsos eléctricos y se dirige por una determinada ruta de neuronas. Naturalmente, al saltar de una neurona a otra, el impulso se sirve de los mecanismos de la sinapsis para realizar este salto, y es en este salto cuando produce una serie de cambios moleculares en este vacío. Estos cambios se traducen en la aparición de lo que Steven Rose llamó moléculas de adhesión. Estas moléculas facilitan que ante la llegada de nuevo del estímulo, éste recorra la misma ruta y por lo tanto active las mismas zonas que originalmente se encargaron de plasmar el recuerdo.

Este ingenioso mecanismo no solo rentabiliza nuestro cerebro, sino que también explica eso de que aprender es bueno para recordar. La repetición del estímulo hace que la ruta neuronal activada se haga más fácilmente accesible, y que por tanto podamos acceder mejor a esa información. Así, el aprendizaje resulta fundamental. para mantener estas sinapsis en buen estado y que la información circule por ellas adecuadamente.

Si bien es preciso puntualizar que la memoria no es única y existen diversos tipos, que se rigen por distintos mecanismos, la memoria de la que hablamos normalmente, es decir, la de los hechos y conceptos o memoria declarativa, sigue a grandes rasgos este patrón. Aún queda mucho que aprender, ya que desde los peces con los que trabajó Rupert Schmidt hasta los pollos de Steven Rose, hemos pasado de la sinapsis que cambia hasta preguntarnos como funcionará esto a nivel de la red neuronal, cómo funcionará esta maravillosa máquina que almacena no información no a pesar de sus cambios estructurales constantes, sino gracias a ello.
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Referencias:

Schmidt R. Cell-adhesion molecules in memory formation. Behavioural Brain Research 66 (1995) 65-72

Rose SPR. Glycoprotein and memory formation. Behavioural Brain Research 66 (1995) 73-78

Neves G, Cooke SF, Bliss TVP. Synaptic plasticity, memory and the hippocampus: a neural network approach to causality. Nature Neuroscience 9, 65-74 (2008)




En la imagen, "Brain Balloon" de Tom Milton

domingo, 12 de diciembre de 2010

Entrada 1. Globalizar mata o la importancia de tus genes



"La suerte de las naciones depende de su manera de alimentarse."
Jean Anthelme Brillat-Savarin, jurista francés


Ante semejante título, cualquiera se esperaría algo parecido a una bonita fotografía de manifestantes a lo punk, quemando banderas y alborotando en la sede las Naciones Unidas, en Bruselas, o en algún sitio parecido, intentando hacer ver a los líderes del mundo que la globalización y el capitalismo es un invento de Satanás. Nada más lejos, hoy hablamos de genética y de dieta.

La prefectura de Okinawa, al suroeste de Japón, se compone de una serie de islas conocidas por albergar a una de las poblaciones más longevas de la Tierra. La longevidad supera los 80 años en ambos sexos, y el índice de enfermedades cardiovasculares, cáncer de mama, cáncer de próstata o diabetes se sitúa muy por debajo de la media nacional del país nipón. ¿El secreto? Seguro que ya lo habéis adivinado: una dieta ejemplar, basada en una alta carga de verduras y frutas, así como una reducción del consumo de carne, grasas saturadas, cereales procesados, azúcares... Las hierbas tradicionales de estas islas bañadas por el Pacífico parecen acabar de aderezar la receta de la vida eterna. ¿O no?

Las nuevas generaciones de la sociedad de Okinawa no parecen muy proclives a seguir la receta de la abuela (de la abuela de Okinawa, claro) y el sedentarismo, la comida basura y el tabaco hacen sus estragos, aumentando indiscriminadamente el nivel de todas las enfermedades que sus antepasados habían mantenido a raya durante generaciones y haciendo que estos retoños acaben siendo enterrados por sus abuelos. En resumen, que si dejásemos de comer tanta mierda viviríamos más. Pero claro, esto ya lo sabíamos y para eso no me voy a molestar en escribir una entrada.

Parece ser que la buena gente de este archipiélago japonés tiene algo más que un buen menú para ser unos super-abuelos: El doctor Bradley J. Willcox, que durante años ha intentado descifrar el secreto de la envidiable salud de los ancianos de Okinawa, siguió a unas cuantas familias hawaianas de ascendencia japonesa que procedían de algún centenario de Okinawa que había emigrado a Hawaii en busca de una vida mejor. ¿El resultado? Los descendientes hawaianos de estos centenarios no solo presentaban un envejecimiento mucho peor que sus antepasados, sino que además su capacidad de controlar la glucemia, sus concentraciones de insulina, los niveles de diabetes, enfermedades coronarias... eran mucho peores que en el resto de la población hawaiana. Si todos comían la misma basura que les enviaba el tío Sam, ¿por qué los descendientes de los okinawenses lo pasaban mucho peor? La respuesta es simple: los genes de sus antecesores no son tan buenos como parecen.

Después de generaciones manteniendo la dieta okinawense (todo un insulto a la comida industrializada), la población de este archipiélago había ido desarrollando un genoma adaptado al metabolismo de ciertas sustancias y muy desacostumbrado a lidiar con altos niveles de grasas y azúcares. Cuando los hijos de estos bien conservados ancianos se vieron rodeados de una dieta y un modo de vida radicalmente opuestos a lo que su genética esperaba, lo pasaron (y lo pasan) mucho, mucho peor que sus nuevos caseros (estadounidenses acostumbrados a engullir hamburguesas como quien lava). Y es que el gen bueno es bueno para un lugar y momento determinados.

Después de todo, los ritos y las costumbres parece que son algo más que meras cuestiones estéticas o morales, sino que, a nuestras espaldas, controlan nuestra intrincada maquinaria cromosómica, cuidadosamente seleccionada durante milenios (ni los jamones Navidul salen tan buenos). Por eso, homogeneizar la dieta de todo el globo dista mucho de arreglar el problema del hambre y, como decía, globalizar mata. Literalmente. Al final igual todo esto si que es un poco punk.
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Referencias:

Willcox DC, Willcox BJ, Wang NC, He Q, Rosenbaum M, Suzuki M. “Life at the extreme limit: phenotypic characteristics of supercentenarians in Okinawa.” J Gerontol A Biol Sci Med Sci. 2008 Nov;63(11):1201-8
Willcox DC, Willcox BJ, He Q, Wang NC, Suzuki M. “They really are that old: a validation study of centenarian prevalence in Okinawa.” J Gerontol A Biol Sci Med Sci. 2008 Apr;63(4):338-49.
Willcox BJ, Willcox DC, He Q, Curb JD, Suzuki M. “Siblings of Okinawan centenarians share lifelong mortality advantages.” J Gerontol A Biol Sci Med Sci. 2006 Apr;61(4):345-54.